Literalmente es una alteración del ritmo cardíaco. Si el corazón y el organismo en conjunto se encuentra sano el corazón no funciona a un ritmo constante sino que fluctúa de acuerdo a las necesidades y estas varían segundo a segundo: los miles y complejos sensores de los que disponemos informan al cerebro de las circunstancias en las que nos encontramos (inspirando o espirando, dormidos, nerviosos, de pie, de noche o de día, haciendo deporte, con fiebre, con calor o frío…) el cual integra toda esta información y va dando órdenes continuas para adaptarnos a esas circunstancias. De esa forma es como se le ordena al corazón que vaya más rápido o más lento y que fluctúe incluso en pocos segundos siendo signo de salud. La frecuencia cardíaca media va cambiando a lo largo de la vida, siendo más intensa en los primeros meses y disminuyendo progresivamente a lo largo de la etapa pediátrica para mostrar un repunte en la adolescencia. Ya en la edad adulta, en reposo en personas medias, suele oscilar entre los 60 y 100 lpm, pero si las circunstancias lo exigen puede aumentar notablemente (la fómula más habitual para calcular cual es el “máximo” normal es 220 menos los años) al igual que durante ciertas fases del sueño, en personas normales puede disminuir hasta los 30 latidos por minuto).
Una arritmia es una pérdida de la respuesta del corazón a este control central y puede manifestarse como ritmos lentos (bradicardias) o rápidos (taquicardias) o extremadamente irregulares